13 feb 2023

Relato regalo de San Valentín

  SID Y NANCY

 

El loco destino, me jugó otra vez una de sus locas desventuras. No tenía pensado levantarme tan temprano ese día, además era feriado. Y, a decir verdad, la cama estaba muy cómoda y calentita.

Pero tenía una cita, no piensen mal.  No, aún no. Quedé con esa loca amiga que todas tenemos, esa loca que nos hace levantar un feriado temprano, solo para que la acompañe a una venta de ropa, muy especial y súper cool, y que solamente según ella, íbamos a conseguir las mejores prendas y a buen precio. Solo y solo sí, madrugábamos e íbamos temprano…

A mí se me ocurrió decirle que sí, tonta yo. Pero es lo que se hace por una amiga, que tiene el corazón roto y está un poco bajón.

El día comenzó bien, desayunamos bien abundante. Ya que al lugar donde fuimos tenía cositas caseras muy ricas. Y de tanto charlar, nos dimos cuenta que el madrugar no nos sirvió de mucho, ya que se nos estaba haciendo tarde.

¡Cómo me hizo correr esta loca! Estaba desesperada por llegar, que no íbamos a conseguir nada barato y de buena calidad y bla bla. En fin, cuando llegamos era un caos de gente, pero la verdad que el lugar era muy lindo, y lleno de percheros y de ropa muy copada y variada.

Creo que nos pasamos horas, revolviendo prendas y probándonos y haciendo combinaciones desde las más recatadas hasta las más osadas.

La pasamos genial y fue una mañana muy divertida, hasta que llegamos a un perchero de camperas y chalecos de cuero, muy originales y sinceramente con unos diseños de muerte.

Estábamos enloquecidas con esas prendas tan particulares y diversas, hasta que me volví loca al ver unos zapatos soñados y me lancé a agarrarlos. Lo que conseguí fue un choque de cabezas fuertísimo que me hizo ver estrellitas.

¡Qué feo sonó el golpe! ¡Qué bruto el hombre que me propino semejante cabezazo!

 

–¿Pero tenga cuidado hombre, no ve que me hizo daño? – reproché enojada, mientras me frotaba la cabeza, sentía que de a poco se estaba formando el chichón y a su paso me sentía cada vez más furiosa.

 

–Usted se agacho sin mirar, fue usted la imprudente. – escuché que me contestó el culpable con un acento un poco extraño, lo primero que pensé, fue si tenía la boca llena con algo. Pero cuando levante la mirada, y levante mucho la mirada, y lo vi, me quede helada.

Primero me quedé pensando cómo pudo haberse producido el choque de cabezas, ya que era tan alto que no me daban las medidas, no soy tan petiza, mi amiga diría que la medida es la normal, 1, 65.

Pero este hombre superaba mi altura y por varias decenas de centímetros. De largo y de ancho, y de ancho por, sobre todo. Era todo un ropero, su aspecto casi me hizo olvidar porque estaba tan enojada, y al rascarme la cabeza, acto reflejo que tengo cuando me quedo sin palabras, que no sucede muy a menudo, el dolor me hizo recordar el porqué de mi enojo.

 

–¿Me está diciendo que yo tuve la culpa? Fue un accidente, pero al menos la educación te obliga de pedir disculpas a una mujer. –le contesté muy enfadada a pesar de la atractiva visión que tenía enfrente mío. Unos 1,95 de puro hombre, piel asoleada, mandíbula cuadrada, con un hoyuelo en la pera, pelo rubio, y unos ojos enigmáticos, ya que estaban tapados por unos anteojos aviador, como los que usaba Tom Cruise en Top Gun.

Creo que por un instante me babee, pero por suerte fue imperceptible. Lo miraba asombrada, frotándome el chichón que ya lo notaba, y preguntándome como es que a él no le dolía nada y a mí me estaba saliendo un huevo en la cabeza.

 

–¿Yo pedir perdón? Fue usted la bruta que me dio el cabezazo.

 

 ¿¡Bruta, me dijo bruta a mí!?

A nooo, ahora sí, se me salta la cadena como dicen mis amigas, no hay guapetón que se salve de esta.

Mi ceja levantada de la bronca, estaba casi por salir disparando de mi cara. Me encuadré poniendo mis brazos en jarra, muy, pero muy enfadada con este machazo, que no tiene la buena educación de pedirme disculpas después del cabezazo que me propino.

 

–Mira nenito lindo, el que seas un bombón de dulce de leche, no te exime que no hayas aprendido buenas costumbres y me imagino que en el país en donde te criaron, te habrán enseñado a pedir disculpas a las damas. –Le dije furiosa, moviendo el pie nerviosa, esperando una respuesta, y si esa respuesta era una disculpa mejor.

Pueden creer que el guapetón no solo no me dio la disculpa, sino que se acomodó sus lentes, resoplo, pegó media vuelta y se fue.

Me dejo ahí, con el chichón, enojada y sin disculpas.

–¡Ey, maleducado, pedime disculpas! ¿A dónde vas?

–¿Qué te pasa loca? –me pregunta mi amiga, tomándome del brazo y alejándome de la muchedumbre que se estaba formando al haber levantado la voz.

–¿No viste lo que paso Sil? Me dio un flor de cabezazo y encima no fue capaz de pedirme disculpas, y además está re fuerte, ni chance me dio de hacerle ojitos. – Toda esta frase acompañada de unos pucheritos terribles, y con los brazos cruzados. Bien de berrinche de nena caprichosa.

–Si me di cuenta que no te pidió perdón, pero estas haciendo un escándalo loca, déjalo pasar.

–¡Que lo dej…! –Y me callé, porque si no explotaba con ella también. Ufa, además de no haberle visto los ojos, que era todo lo que me quedaba por descubrir de ese hermoso guapetón, me quede de souvenir un hermoso chichón, que ya estaba latiéndome y molestándome al punto de ponerme berrinchuda por todo.

–Está bien, sigamos. Ya me duele la cabeza.

Después de probarnos unos cuantos trapos más, por fin la convencí a la loca de mi amiga de ir hacia una caja.

Cuando estábamos pagando, muy contentas y eufóricas por nuestros hallazgos de moda, me puse a revolver en la cartera, ya que mi billetera se había ido para el fondo de la misma, y no podía alcanzarla.

Al maniobrar y pegar el tirón para sacarla, tire muy fuere la mano hacia atrás, con la mala suerte de aterrizar sobre la cara de alguien. Inmediatamente se escucharon unos improperios, en otro idioma, no los entendí, pero me imaginé que no eran muy elegantes, y por el tono de la voz era un hombre. Al instante hice un ademán de encogerme, de la vergüenza, y cuando me pude dar cuenta que el hombre dejaba de quejarse del golpe, comencé a darme la vuelta despacito.

Mi cara de pedir disculpas, pasó a ser de incredulidad, al darme cuenta que el dueño del golpe, era el mismo del cabezazo. Vaya Karma, pensé.

Cuando comencé a intentar disculparme, para que vea y se lo iba a recalcar, que yo si soy educada, su cara cambio de dolor a seriedad total, y a enojo terrible. Dios, este buen hombre se enojó demasiado para mi gusto. Quede con la boca abierta, detenida en tiempo y espacio, por su gesto de enojo.

Cuando tome coraje y aire, para comenzar a disculparme otra vez, no tuvo mejor idea que sacarse los lentes.

Y ahí sí, quede detenida en tiempo y espacio, pero esta vez literal, con la mano levantada y el dedo índice en el aire, pretendiendo armar unas disculpas que nunca salieron de mi boca. En mi vida había visto unos ojos tan celestes y profundos. Eran color del océano, de esas fotos que vemos de alguna isla tropical, esa mezcla rara de celeste casi índigo, y totalmente hipnóticos. Y así me quede, con cara de tonta, mirándole los ojos. Notando que gesticulaba, hasta que de pronto me di cuenta que no solo gesticulaba. ¡Me estaba gritando! ¡Y en otro idioma!

–¿Se está vengando verdad? ¡Qué educada de su parte!

–¿Qué? – contesté medio embobada volviendo a tierra y poniéndome en guardia frente al guapetón. –¡Educada soy! Estaba por pedirle disculpas, justamente cuando usted empezó a decirme, vaya a saber cuántos improperios en otro idioma que no conozco, y por lo tanto no me da chance de contestarle. – Tomá, ahí fue todo lo que tenía atragantado, se ve que no fue muy lejos de la realidad, ya que el guapetón se puso colorado. –Ah mire usted, así que yo tengo razón. ¡Su sonrojo me está diciendo que si me estaba insultando!

–Disculpe yo, no quería, no era mi intención, es que me agarro desprevenido…y…– Se disculpaba casi balbuceando, al borde de ponerse rojo como una manzana. Lo miraba, y me decía para mí, una apetitosa manzana…

–Está bien te disculpo, guapo. – le retruqué con una sonrisa de triunfo en la cara, ya que me sentía ganadora de esta partida. – Espero que no sea costumbre de tu país, tratar a las mujeres así, ¿no?

–¡No! Para nada, en Australia somos unos caballeros con las damas. – me contesto ya más distendido.

–Espero estar dentro de tu catálogo de damas, porque por el ejemplo que me estás dando, dista bastante de eso.

El muy caradura se me quedo mirando, con una sonrisa de costado. No sabía si romperle la cara de un cachetazo, al hacerme creer que no estoy dentro del catálogo de dama, o partirle la boca de un beso, por darme esa media sonrisa tan sensual y derrite bombachas que me estaba dando.

–Por supuesto señora dama, aunque por momentos...– se quedó pensativo, mirándome a los ojos.

–¿Por momentos qué? – a pesar que me estaba matando con la mirada, tenía muchas ganas de seguir conociéndolo.

–Nada, nada, con su permiso, necesito terminar mi compra.

Encima tuvo el tupe de dejarme con la frase a medio terminar. Pero tuve que dejarlo pasar, pero sin dejar de fruncir el ceño y con un puchero en los labios.

 

Retomamos, cada uno el fin de la transacción, yo seguía con el puchero en la cara, ya que quería seguir dándole charla al guapetón, y él con los lentes puestos, y esa media sonrisa de lado, que, junto con el hoyuelo en la pera, era un ufff, no hay parámetro para comparar.

Al terminar de pagar, cada uno de su lado, nos dirigimos una mirada media pícara, que terminó por dejarme media mareada, y cada uno agarro todas sus cosas y se marchó por su lado.

Llegué a casa en una nube, Sil no paraba de hablarme de todas las cosas lindas que nos habíamos comprado y bla bla. Y yo seguía repitiendo en mi mente, el fugaz pero fuerte encuentro con mi guapetón australiano.

–Australiano…–- dije así como en trance.

–¿Que dijiste loca? ¿Hace media hora que te cuento lo que me compre y vos solo atinas a decir Australiano, que te pasa? ¿Tan mal te dejo ese tipo?

–Guapetón nena, y de Australia.

–Si vos lo decís Nan, estaba bueno, pero tampoco para ponerte así. El cabezazo te dejo mal, tenés que ponerte hielo en la cabeza, te veo el chichón de lejos.

Automáticamente me puse la mano sobre el mismo, sintiendo el punzante dolor, que me hacía recordar aún más al dueño de la inflamación.

 

Al llegar a casa nos pusimos a desembolsar todo lo comprado en la cama y revisar nuestros logros.

Hasta que mi amiga me dice muy asombrada.

–¿Pensas regalarle semejante campera de cuero a alguien, puedo saber a quién sería? ¿Es enorme, mira que espalda?

Me di vuelta con cara de interrogación, y de pronto al darme cuenta de lo que estaba hablando, la sangre se evaporo de mi cara.

–¡Ay Dios, me la mande y fea! – Dije tomando la campera en mis manos.

–¡Esto no es mío gorda, es de él!

–¿De quién? ¿No entiendo, le sacaste una prenda a alguien que la quería comprar?

–¡No!! ¡Tarada! ¡Es la campera del guapetón!! Cuando estaba pagando, seguro se mezclaron las bolsas con toda la ropa que compré.

–Está bien que no te haya dado bola nena, pero robarle no da. –me recriminaba Silvia con gesto serio.

–¿¡Que decís nena, no me entendiste que fue por error?! Estaba tan embobada en él que no me di cuenta que me estaba metiendo SU campera en la bolsa con MI ropa. ¡Qué vergüenza!

–¡Vamos a tener que revisar si hay algo dentro que lo identifique! – dijo mi amiga, después de estar mirando la campera las dos juntas, como esperando que en algún momento nos fuera a hablar.

–Si tenés razón, me da cosa revisarla, pero no nos queda otra. Porque si vamos a la tienda para preguntar si tienen datos, no nos van a dar nada y nos van a tildar de locas o peor.

–La chorra sos vos, que quede claro. – se lavaba las manos mi amiga con las manos en alto.

–Gracias amiga, siempre confié en vos para darme una mano cuando estuviera en una situación complicada.

Con vergüenza y timidez, comencé a revolverle los bolsillos esperando encontrar alguna pista de este guapetón y poder devolverle la campera, y quizás, bueno tratar de entablar una linda amistad. Con suerte, digo con mucha suerte. Aunque dadas las circunstancias, y pensando su actitud, creo que lo de bonita amistad se me iba a complicar un poco.

Por suerte, encontré un bulto en uno de los bolsillos internos de la campera, y para más satisfacción, ¡era una billetera!

La loca gritaba y saltaba de alegría sosteniendo la billetera como si fuera el ticket ganador de la lotería, muy dentro de mí, realmente creía eso. Al menos las esperanzas nunca se pierden, ¿no?

 

Tome la billetera en mis manos, y cuando me disponía a abrirla, siento la cabeza de mi amiga apoyándose en mi hombro, con cara expectante, esperando que yo siguiera con la apertura del tesoro.

–¿Qué haces? ¿Ahora estas entusiasmada? Recién te lavabas las manos. – le reproché haciéndome la enojada, nunca podría recriminarle nada en verdad. Pero tenía ganas de pelear un poquito.

–Dale, deja de hacerte la intrigante y abrí la billetera. – me dijo sin dejar de mirar con el ceño fruncido por sobre mi hombro.

–Roger Miller. – dije en un susurro, esperando que su nombre me dijera algo más.

–Lindo nombre. No mentía, vive en Australia, Sídney para ser más precisos, ¿será vecino de Nemo? Cuac. –la loca de mi amiga se moría de risa por su chiste, mientras yo me perdía en la foto de su carnet de conducir.

–No hay número de teléfono, ¿y ahora qué hacemos?

–Indagar en la tecnología tontita. – mi amiga es una luz para eso.

Así fue que investigando en la web pudimos dar con su Facebook y así con el chat de la aplicación.

 

Nos contestó recién muy tarde por suerte, si no nos llegaba a contestar, creo que esa noche no dormíamos de los nervios.

Al principio fue muy ruda la respuesta, me costó convencerlo que realmente quería devolverle la campera y sus cosas y no raptarlo o algo así. ¡Qué desconfiado el hombre por Dios!

Nos pusimos de acuerdo en vernos en la puerta de su hotel, esa misma noche, ya que tenía que partir al día siguiente.

–Esto me da mala espina. – me decía Sil, a ella no le gustaba nada que vaya yo en persona a dejarle la campera. Pero estaba empecinada en ir, quería a toda costa volver a mirarlo a los ojos, aunque sea por enojo.

Me fui armada de coraje, a la espera de una aventura.

Me acerque a la entrada del hotel, ya con un poco de menos coraje, pensando que tal vez si fue un error traer las cosas yo solita. Era muy tarde y, a decir verdad, estaba todo muy oscuro.

–Hola, Roger. ¿Estás por ahí? – llame tímidamente.

–Bueno, parece que al fin te saliste con la tuya. – Escuche, a un lado, y casi me patino del susto, al girar de golpe. –Perdón, no quería asustarte, estaba chequeando que estuvieras sola.

–¿Pensabas que venía acompañada, que esto era una trampa? – ya levantando la voz un poco enojada.

–¿Y por qué no puedo pensar eso? Mis cosas desaparecen en un local, y luego te desesperas por devolvérmelas en persona ¿Qué quieres que piense?

Tenía razón, mi amiga pensaba lo mismo. Pero soy tan cabeza dura que me meto en problemas la mayoría de las veces.

–Yo solo quería dártela en mano, como vez estoy sola, no pretendía nada más. Tomá, me voy. De nada. – le di la bolsa con las cosas, ya decepcionada y hasta algo enojada, al borde del puchero y el llanto.

–Espera, lo siento. Tienes razón, me exprese mal. Mi estadía en este país no es solo por placer y me está afectando en mi humor. – dijo tomándome del brazo impidiéndome que me vaya.

Cuando estaba claudicando y tratando de no hacer notar tanto mi felicidad, una sombra apareció detrás nuestro, con un arma en la mano.

–A ver tortolitos, que tiernos, pero de acá no se mueve nadie, sin darme todo lo de valor que tengan. – dijo el ladrón con una voz escalofriante.

Roger se dio vuelta para mirarme, como si me acusara de haber preparado todo.

–Te juro que no tengo nada que ver con esto. – le contesté atemorizada, y me creyó porque su cara se transformó a enojo, y de golpe se puso delante de mí, protegiéndome del malhechor.

–¿Será mejor que hagamos lo que dice, ¿no? Está armado. – le susurré a Roger, y tratando que el ladrón no escuchara.

–Si se calma podemos llegar a un arreglo, pero baje el arma, no es necesario que nos apunte.

Dios, Roger trataba de calmar al ladrón y yo estaba temblando como una hoja, del miedo me sujete a su remera por la espalda, mientras que el me protegía con su cuerpo y con un brazo hacia atrás me sostenía por la cintura.

–Acá el que manda soy yo, vamos muévanse más hacia el callejón y vemos como seguimos. – ordenó el ladrón moviendo de manera peligrosa el arma.

De a poquito y haciendo marcha atrás fuimos desplazándonos hacia donde el ladrón nos guiaba, pero mirando de reojo para todos lados, tratando de encontrar a alguien para pedir ayuda. Pero por lo tarde que era, no había nadie en la calle en ese momento.

Un sentimiento de culpa de pronto se apodero de mí, y mis ojos se llenaron de lágrimas.

–Todo esto es mi culpa, – dije sollozando –solo tendría que haber dejado en recepción tus cosas e irme. Todo es por mi tonto capricho de volverte a ver. – confesé al borde de las lágrimas, que no me dejaban ver.

Roger, paró en seco y giro la cabeza, para mirarme asombrado.

–No te culpes Nan, pero si hablaremos largo y tendido cuando todo esto termine.

Esa frase me sonó raro, no sabía si llorar por la culpa o por el tono amenazante de la frase.

Pero tampoco me dejo pensar mucho al respecto, porque en una toma digna de película, tomo el arma del ladrón y comenzaron a pelear.

Hasta que de repente se escucharon tiros, y alboroto. Yo salí empujada hacia un rincón, trastabillé y caí al piso.

Cuando todo el alboroto se calmó, y pude entender lo que paso. Me sentía más confundida que nunca. Roger tenía en el suelo al malhechor apresándolo con una rodilla en la espalda. De golpe la gente empezó a rodearnos, y el maldito ladrón al llegar la policía no tuvo nada mejor que decir que nosotros lo habíamos atacado de la nada.

Cuando nos disponíamos a explicar todo, nos dimos cuenta que la bolsa y mi cartera ¡ya no estaban!

El ladrón no estaba solo, como comúnmente pasaba, y de ser las víctimas, fuimos nosotros los malhechores.

Y terminamos siendo arrestados.

Por suerte, a pesar de todo el susto, fuimos demorados en una pequeña oficina de la comisaria, a la espera de que las averiguaciones pertinentes hasta poder aclarar todo este malentendido.

Teníamos a favor los testigos que se pudieron acercar, ya que estaban declarando a nuestro favor. Claro, como yo no tenía mi DNI y Roger su pasaporte, deberíamos esperar a que la policía corrobore nuestros datos.

Estaba sentada en el fondo de la fría oficina, en una destartalada silla, totalmente helada, con los codos en las rodillas y sosteniéndome la cara, no sé si temblaba más del frío o de la bronca que sentía.

Roger, se encontraba caminando de lado a lado de la oficina, como gato enjaulado, con los puños cerrados, con tanta fuerza, que tenía los nudillos blancos.

–No puedo creer que nos pasara esto. – dije furiosa.

Mi bronca era terrible, pero mi frase no fue la más acertada, al menos no para Roger, que se dio vuelta con la cara transformada de la ira al borde de explotar.

–¡No puedes creerlo! ¡Si estamos acá por tu culpa! – me grito, exponiendo el enojo que sentía.

–No fue mi culpa, yo también soy víctima. – no podía creer que me estuviese echando la culpa de esta situación.

–¡Claro que sí! ¡YO no puedo creer que te haya hecho caso y encontrarnos así nada más en la calle! ¡A cuantos incrédulos hiciste caer en esta trampa de esta manera, dime! – de golpe se me acercó y me tomo de los brazos para levantarme de manera brusca de la silla.

Estaba aterrada, no solo sentía frio, sino que encima me estaban sacudiendo con fuerza y me estaban echando la culpa de ser cómplice de un delito.

–Te dije que no fue mi culpa, nada de esto fue planeado, ¿qué te crees que soy? – ya no podía disimular lo me herían sus palabras, las lágrimas caían demostrando mi impotencia.

Se apartó de mí como si quemara, creo que se arrepintió al instante lo que había hecho. Dio media vuelta tomándose el cabeza, y hablando en su idioma. Yo seguía dura, parada donde me dejo, llorando como tonta. Solo atine, a taparme la boca, para no dar tanta vergüenza y que tratar de aplacar mis sollozos.

Las piernas me fallaron, y fui a parar al suelo de rodillas, ya no veía donde estaba, solo me tapaba la cara con las dos manos, y lloraba sin consuelo.

Roger se dio cuenta de cuan brusco había sido, y decidió consolarme. Se arrodillo frente a mí y me abrazo, acunándome. Pidiéndome disculpas.

–Lo siento, nena. Te juro que me enceguecí, no llores, por favor.

Pare de llorar, pero comencé a temblar del frio. Me estaba congelando, y al notarlo mi guapetón, se sentó mejor en el suelo, y me arrastro sobre él. Abrazándome, para darme calor.

–¿Qué haces?, te voy a ensuciar la remera. – dije acongojada, porque el rímel le iba a manchar toda la ropa, pero, a decir verdad, estaba muy cómoda en sus brazos.

–La remera es lo menos en este momento, te estás congelando. Por la mañana saldremos de acá, eso espero ¿no? ¿La justicia en tu país es muy lenta?

Levante la cara para mirarlo de frente y me dio risa su expresión, no pude ocultarlo.

–¿Qué te hace gracia? – me pregunto, mirándome como si viera a una loca.

–Tu expresión, toda la situación. No sé cuánto tiempo estaremos acá, a decir verdad. No puedo comprender como la situación se puso en contra nuestra. – frunciendo el ceño, tratando de entender como pasamos a ser nosotros los malos.

Sentí su caricia en mi cara, tratando de desfruncirme la mueca.

–No hagas eso, ya todo paso, realmente me asuste cuando el ladrón te apunto con el arma.

 Nos quedamos mirándonos a los ojos, a decir verdad, me volví a perder en su mirada.

–Cuando salgamos de acá, espero que siga en pie lo de la charla que me prometiste en el callejón. – le dije tímida, sin dejar de mirarle la boca. Lo noto, porque bajo su mano a mi mentón, deteniéndose sobre mis labios y marcando el contorno de ellos con su pulgar.

–Debo confesar que me tienes intrigado porteñita.

–¿Intrigado? ¿Y por qué guapetón? – pregunté más calmada, y entrando en calor por sus caricias y su ardiente mirada.

–¿Guapetón? Ja. Ese no es mi nombre, “porteñita”. Aunque mis amigos me dicen Sid, por mi ciudad natal. – y con esa frase, mi cabecita loca se disparó a full, haciendo las comparaciones pertinentes, por su apodo y el mío.

No pude dejar de sonreír al respecto, y una carcajada se me escapo, aunque intente taparme la boca con la mano.

–¿A qué viene tanta risa? ¿Te hace gracia mi apodo porteñita? – me recalcaba el mío como si fuera a descargarse de mi tan querido apodo de guapetón.

 

–¿Es que no te das cuenta? Le exclame tomándole la cara con las dos manos para que me prestara atención. –¡Somos Sid y Nancy! No puedes negar, que a pesar de todo lo que nos pasó, encima nuestros nombres juntos son particulares.

Se me quedó mirando un momento, pensando toda la situación. Hasta que, por sus gestos, me di cuenta que estaba comprendiendo la situación.

Comenzó a reírse de una manera que, para mí, era música. Una carcajada bien masculina y sensual. Mis manos bajaron por el movimiento hasta su pecho, y no podía apartar mi mirada de la suya. Él noto lo mismo, porque al momento su gesto comenzó a cambiar y se empezó a poner más serio. Sus ojos bajaron a mis labios, y luego subieron a mis ojos, como pidiendo permiso de avanzar.

Yo ni lerda ni perezosa, no necesite permiso de nadie, comencé a acercarme a su boca.

–No soy rubia, y vos no tenés pinta de punk, pero creo que podríamos tener una bonita historia, ¿Qué te parece la propuesta?

–Claro que si Nancy – susurro sobre mis labios, al mismo tiempo que me daba esa sonrisa matadora, derrite bombachas.

Sellamos el pacto con un beso de novela, de esos besos que te hacen sentir en las nubes y escuchar fuegos artificiales al mismo tiempo.

Por suerte, todo se aclaró rápido en la comisaria y por la mañana ya estábamos libres, y dispuestos a conocernos un poco más.

El conoció más a su porteñita, y yo también a mi guapetón.

 

 

                                                         FIN